
La ficción futurista de James Cameron, director y guionista de Avatar, repite un argumento que ha tomado miles de formas en la historia del cine: la contraposición del débil, natural, ambientalista, místico, espiritual y desinteresado, representando el bien, frente al fuerte, empresarial, capitalista, rico, materialista e interesado, representante del mal. La creación de un universo imaginario (idioma extraterrestre incluido), y el impresionante ropaje visual y tecnológico con el que se ha vestido el relato, no cambia la esencia de los personajes y la base de la trama. La batalla es desigual. El abuso genera la indignación del espectador, que sufre con impotencia los resultados iniciales de la lucha entre el grande y el pequeño, y alimenta un deseo de venganza y revancha que espera llegue a satisfacerse con la victoria de los débiles.
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